Comenzamos este domingo un nuevo año litúrgico y comenzamos, por tanto, de nuevo, el tiempo de Adviento. El tiempo de la promesa, el tiempo de la espera y de la esperanza.

Adviento es tiempo de cuidar nuestra interioridad. “Le hablaré a su corazón” (Oseas 2, 16): adviento es tiempo de abrir la puerta del corazón, de abrir nuestros oídos interiores, para que Él entre: “Estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3, 20). Él llama de forma suave y si no nos aislamos de ruidos exteriores e interiores tenemos el peligro de no oír su llamada. Y entonces sucede que en nuestra cena de Navidad falta el comensal más importante, el que le da sentido a todo.

El Adviento nos llama a la conversión, a un encuentro con el Dios que llega, para invitarnos a cambiar desde nuestras necesidades, mediocridades y fragilidades. Nos llama a despertar y abrir los ojos a lo que es realmente importante